CXCVI ANIVERSARIO DE LA BATALLA DE AYACUCHO Y DÍA DEL EJÉRCITO DEL PERÚ

Por el Gral. Brig. EP Juan Urbano Revilla

El Ejército del Perú se encuentra intrínsecamente unido a la historia de la patria, y su historia está jalonada por los hechos de armas de los guerreros de todos los tiempos, estirpe indómita que recoge el esplendor ancestral de los pueblos nativos para fundirse en el crisol de todas las sangres de la nación, hasta forjar el soldado peruano que cargando en sus alforjas de combate la devoción a su suelo, luchó y legó su sacrificio, por el fin supremo de la libertad, soberanía y defensa de su heredad territorial.

Al evocar el centésimo nonagésimo sexto aniversario de la batalla de Ayacucho y Día del Ejército del Perú, es ocasión propicia para reflexionar sobre el profundo significado del Ejército, cuya mejor constancia se encuentra registrada en los hitos relevantes de nuestra historia, que nos demuestran el enorme sacrificio del pueblo convertido en hombres de armas, quienes lucharon en denodados esfuerzos para cimentar el Perú libre y soberano que hoy gozamos.

La gesta de Ayacucho representa ante el mundo la continentalidad de la causa libertaria de América, donde las armas peruanas junto a las de naciones hermanas alcanzaron el más justo de los triunfos al sellar la independencia del Perú y de América.

Óleo de la batalla de Ayacucho – Autor Martín Tovar y Tovar

Es así que el Ejército del Perú asume el 9 de diciembre como su fecha jubilar, en la cual, no solo rinde un merecido homenaje a los vencedores de la Quinua, sino también, es deber remembrar las mayores gestas gloriosas de sus armas, con el orgullo universal de ser herederos de la honra de un Ejército que lo dio todo por la patria…¡SIN SER JAMÁS RENDIDO!, ni aun en las horas más adversas de la lucha, lo cual lo erige como busto sólido, fuerte e indestructible del patriotismo y honor nacional, sobre el cual sus hombres se yerguen para no escatimar esfuerzo alguno y ser merecedores de la grandeza imperecedera de nuestros antepasados.

Óleo de la batalla de Ayacucho – Autor Teófila Aguirre – Museo Nacional de Historia, Lima

Los orígenes de nuestro ejército parten de un tiempo milenario. Tiene sus raíces en las primeras civilizaciones de nuestro territorio, donde producto de la tenencia, el trabajo y defensa de la tierra, aparecen los primeros guerreros nativos, donde sobresalen las culturas Chavín, Wari y Tiahuanaco como sociedades teocráticas representadas por sacerdotes-guerreros, y poblaciones con sistemas de fortificaciones militarizadas.

Con el imperio del Tahuantinsuyo, emergen los poderosos ejércitos incaicos de Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, que extienden los dominios del incanato, anexando nuevos reinos por la vía de la persuasión, o si esta fallaba, eran conquistados por los guerreros incas, organizados en ejemplares “ejércitos autóctonos” de infantería, cuya fuerza y proyección se sustentaba en sus armas, reclutamiento de hombres, los caminos y tambos, sistema que lo llevó a conquistar a pie, vastas extensiones de nuestro continente.

Con la conquista de los españoles a partir de 1532 se inicia la resistencia incaica de contra esta dominación, un tiempo de luchas de los “ejércitos autóctonos”: el de Manco Inca, que se enfrentó a los conquistadores hasta culminar 40 años después en el reducto de Vilcabamba, en 1572; luego, el de Juan Santos Atahualpa, de composición multiétnica, que proclamó soberanía en las montañas de la selva e irreductible hasta 1752; y posteriormente, el de José Gabriel Túpac Amaru, cuyo ejército alcanzó unos 7,000 hombres, mestizos e indígenas armados de hondas, piedras y galgas, organizados en unidades disciplinadas y con jerarquía militar, contando con elementos de infantería, caballería y artillería, emprendiendo una revolución que remeció la estructura virreinal de 1780 a 1783, hasta ser duramente aplacado, con las más terribles represalias contra la población oriunda.

Resistencia Inca

Entonces, la era virreinal, no fue un periodo de inercia libertaria, y prueba de ello son los centenares de enfrentamientos, rebeliones, sublevaciones, conspiraciones e insurgencias contra la dominación colonial, que durante los siglos XVI al XVIII, emprendieron los pueblos nativos en su lucha latente con el propósito de reconquistar su libertad, a las que se suman mestizos y criollos, en hechos suscitados antes de la llegada de las fuerzas militares de San Martin y Bolívar.

En el siglo XIX, se impulsan los movimientos libertarios patrióticos, y en 1811 surge el alzamiento de Francisco de Zela en Tacna, quien con milicias urbanas y campesinas proclama la independencia, generando la rebelión a las espaldas del ejército realista del Alto Perú, pero este movimiento es derrotado; pese a ello, las insurrecciones peruanas continuarían con Juan José Crespo y Castillo en Huánuco, en 1812; y Paillardelle nuevamente en Tacna, en 1813; movimientos también sofocados por las fuerzas virreinales.

Francisco Antonio de Zela y Arizaga

Juan José Crespo y Castillo

Enrique Paillardelle

A pesar de las reacciones realistas, la efervescencia por la independencia prosigue, y en ese contexto se produce la revolución de los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, quienes junto con Mateo García Pumacahua, estructuran la génesis de los “ejércitos nacionalistas”, que de 1814 a 1815, desde el Cuzco extienden sus movimientos hacia Puno-La Paz, Huamanga y Arequipa, con lo cual convulsionan cerca al 50 % del territorio del virreinato del Perú. Estas fuerzas compuestas por criollos, mestizos y curacas, fueron las primeras en adoptar el modelo de ejército europeo, con entrenamiento militar, empleo de fusiles y piezas de artillería, combinadas con la masa de miles de voluntarios con armas elementales, formando además milicias rurales y guerrillas; proclamaron la independencia, bajo banderas de guerra y símbolos patrios de tradición incaica; y desde esa época, las fuerzas armadas fueron puestas bajo la protección cristiana de la Virgen de las Mercedes.

José, Vicente y Mariano Angulo

Mateo García Pumacahua Chihuantito

El duro abatimiento de esta revolución cusqueña, terminó con las acciones de los primeros “ejércitos nacionalistas”, pero la agitación por la independencia se mantuvo latente en los pueblos y siguió un curso irreversible en el tiempo.

Así, es en estos ejércitos primigenios, de tiempo milenario, donde se encuentra el origen del Ejército del Perú, que recoge su esencia de lucha por su suelo y reconquista de su libertad, que tiene en el soldado nativo y en sus modos propios de guerra, al factor común en todas estas fuerzas formadas antes de la república y que luego trascienden para ser la base de los próximos ejércitos patriotas.

Es en las guerras de la independencia, donde encontramos las primeras lecciones históricas con la participación de los ejércitos forjados a partir de la República.

Primero, el arribo de las fuerzas del general San Martin en 1820 con el “Ejército Libertador del Perú”, demostró el gran valor estratégico del mar, en la proyección de las fuerzas para alcanzar los objetivos políticos y militares de la independencia; además, contó con efectivos rioplatenses y chilenos. Segundo, a partir de 1821, con el Protectorado de San Martin se crean las primeras estructuras del “ejército republicano”, con reglamentaciones propias y unidades militares como la Legión Peruana de la Guardia, más otros contingentes netamente peruanos; a la vez que se organizó la implementación de fuerzas de guerrillas y montoneras en apoyo de la causa libertaria. Fue tan vital el apoyo peruano, que a decir de Jorge Basadre: “sin la ayuda efectiva de los peruanos, San Martín habría tenido que reembarcarse o habría sido batido”. Tercero, quedó demostrado que la independencia solo se definiría contando con gran poder militar.

El esfuerzo libertario continuó, y en 1822, una División Peruana de 1,700 hombres, formada en Piura es enviada por San Martín en apoyó a la campaña libertadora del norte, participando en la victoria sobre los realistas en las batallas de Riobamba y Pichincha, decidiendo la independencia de Quito y facilitando el posterior paso de las fuerzas grancolombianas, a favor de la independencia del Perú.

Con el retiro del general San Martín, son los primeros gobiernos peruanos, que en 1823 emprenden las campañas militares a los Puertos Intermedios del país, las cuales no tuvieron los resultados esperados debido a que las fuerzas peruanas dependían de la llegada de otros contingentes extranjeros, lo que no ocurrió. No se puede obviar el enorme esfuerzo de preparación de estas tropas peruanas, el valor y sangre vertidos en las batallas de Torata y Moquegua, en el aura de la batalla de Zepita y en su fragoso repliegue; en estas acciones desaparecieron gran número de las unidades del Ejército del Perú republicano.

En tales circunstancias, el Congreso peruano convoca la llegada del general Simón Bolívar en setiembre de 1823 y se afirma la participación de los “ejércitos auxiliares” para combatir el poder militar virreinal, arribando unos 6,000 efectivos de tropas grancolombianas. Bolívar recibe plenos poderes y con su ministro peruano José Faustino Sánchez Carrión, establecen un riguroso “estado de guerra”, reuniendo recursos para el sostenimiento de las unidades y estableciendo un implacable reclutamiento en masa en los departamentos del norte y centro del país, donde se enrolaron más de 5,700 peruanos, incrementando las fuerzas patriotas.

 

José Faustino Sánchez Carrión

Para 1824, se organiza el “Ejército Unido Libertador”, férreamente entrenado y que llevaría adelante las batallas decisivas.

Primero fue en Junín, donde la caballería de los Húsares del Perú desencadenó un relevante éxito sobre la caballería realista. Llegó luego Ayacucho, donde en los campos de la Quinua se libró la mayor contienda de América; allí, una división peruana, dos divisiones grancolombianas y una división de caballería, se enfrentaron a cuatro experimentadas divisiones realistas, que sostenían a su favor 15 años de lucha. Todas las fuerzas arribaron en su máxima expresión militar, como diría el general Miller, Jefe de la caballería patriota, en sus memorias: “las tropas de ambas partes se encontraban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor a los mejores ejércitos europeos”. La trascendental victoria de las armas patriotas, no solo logró rendir las fuerzas realistas, sino que abatió 300 años de dominación española en el Perú y América.

Jefe de la caballería patriótica Guillermo Miller

Ayacucho fue el cenit de la intensa participación de los peruanos en la gesta de la independencia, particularmente el peruano oriundo, el indígena que conformó la tropa y se vio obligado a participar en ambos bandos, demostrando pruebas de valor insuperables, pues muchas batallas se ganaron debido a su coraje y resistencia a la fatiga; soportaron el embate del enemigo y la hostilidad de la agreste naturaleza, ya sea integrando las fuerzas regulares o en las partidas de guerrillas, se tornaron irreemplazables en los andes, vertieron su sangre de principio a fin, y a ellos se debió el brillo inmortal del sol de Ayacucho en la libertad continental.

Con las batallas de la independencia, se configuró también una doctrina militar “peruana”, acorde con nuestro terreno, idiosincrasia de la tropa y su lengua el quechua, forjando así el “ejército republicano”, base del estamento militar que identifica su misión en la construcción del nuevo Estado a partir de la República y participa decididamente en su definición territorial, gobernabilidad y afirmación de la nacionalidad.

Óleo Capitulación de Ayacucho – Autor Daniel Hernández (1924)

A partir de 1826, la iniciación de la República vino aparejada de un escenario internacional caracterizado por la inestabilidad, tensión y pretensiones externas que cernían sobre el sur y norte peruanos; presentándose entonces dos grandes desafíos al nuevo estado: la consolidación de la independencia y la definición de los límites territoriales.

Entonces, en 1828, al considerarse que la permanencia de contingentes de la Gran Colombia en Bolivia representaba una amenaza a la seguridad del Perú, tropas peruanas incursionan en Bolivia, obligando a la evacuación total de las tropas colombianas acantonadas en dicho territorio. En respuesta, la Gran Colombia revela sus pretensiones sobre los territorios de Jaén y Maynas, aduce deudas por la independencia y termina declarando la guerra al Perú en 1829. Se inicia una nueva campaña, las fuerzas peruanas del ejército cruzan la frontera norte ocupando territorios colombianos en Guayaquil, Cuenca y el Portete de Tarqui; con estas acciones y la presencia de nuestras tropas en el norte del Perú, se impidió los peligros de una invasión grancolombiana, preservándose nuestra integridad territorial.

De 1836 a 1839 se estableció la Confederación Perú-Boliviana, vasto proyecto republicano al que el Perú ingresó dividido en dos estados, en una situación de debilidad contraria a toda su esencia histórica, quedando en serio riesgo de seccionarse los territorios peruanos del sur. Hombres como Salaverry, Gamarra, Castilla, Nieto, La Fuente, Vidal y otros, con fuerzas propias, y unos con efectivos peruanos integrados a las expediciones “restauradoras”, emprendieron la lucha hasta lograr restituir la unidad territorial primigenia del Perú.

No obstante, el asunto de Bolivia no había acabado, el anhelo de reincorporar los territorios del Alto Perú se mantuvo vigente y por considerar latente la amenaza desde el sur, el presidente Gamarra invade territorio boliviano en 1841, y estando al frente del Ejército, encuentra la muerte en la funesta Batalla de Ingavi. Siguió la inmediata invasión boliviana al Perú a fines de 1841, situación gravísima para la patria; sin embargo, el ejército peruano se reconstituyó, y sumado a los pueblos del sur, logró arrojar al invasor. A la vez, un segundo ejército en el norte, disuadió las primeras aspiraciones ecuatorianas sobre Tumbes, Jaén y Maynas. Estos esfuerzos mantuvieron incólume la república.

A partir de 1845, con el general Ramón Castilla en el poder, se logró asentar el gobierno y establecer el espacio territorial definitivo de la república temprana. Más aun, se inicia un auge peruano con un magnífico plan de defensa nacional, del cual emerge la proyección continental del Perú sobre el mar del Pacífico, lo que sirvió para rechazar las pretensiones europeas sobre esta parte de América, como ocurrió con la ocupación de Guayaquil en 1860 para impedir el intento de Ecuador de entregar territorios peruanos a extranjeros; así como la gloriosa gesta de la lucha continental de 1866, con la jornada victoriosa del combate del 2 de mayo en el Callao, rechazando definitivamente las pretensiones reivindicativas de España.

Sobre este agudo periodo de nuestra historia, queda como sentencia el juicio crítico de Jorge Basadre, al referir que “a pesar de las circunstancias adversas o infaustas, en la primera parte del siglo XIX, el ejército representó a la nación. Sin Junín y sin Ayacucho la patria no habría emergido. Frente a los peligros de disolución, desintegración o disolución, hombres de uniforme preservaron a la persona nacional. ¿Qué habría sido del Perú sin el ejército durante el largo periodo que va desde las crisis interno-internacionales de 1827 y 1829, hasta las de 1841-1842? Habría perdido girones de su patrimonio, elementos de su ser, acaso hasta su mismo nombre.”

Resulta indubitable afirmar que en las guerras hasta la consolidación de la independencia quedó un legado fundamental del Ejército, en el establecimiento del territorio peruano, ya que los límites alcanzados a mediados del siglo XIX, resultaron de la afirmación de la seguridad interna, la lucha por la heredad territorial y la definición del espacio propio frente a los intereses geopolíticos del exterior. Es decir, los hombres de espada de la independencia, forjaron un Perú sólido, grande y continental, en pos del progreso nacional. Más aun, al recorrer la amplitud territorial, superaron la agresividad geográfica, llevando siempre el lenguaje unitario del Perú, acogiendo en sus filas a la diversidad del pueblo, con lo cual dio un paso primordial en la formación de la identidad nacional y la afirmación de lo peruano.

Sin embargo, esta aura no se mantuvo en los años siguientes, y a partir de 1872, se llega a una endeble estructura político-militar del país, con reducción del Ejército y los medios de la fuerza armada, tratados desventajosos y falta de previsión para la defensa. Así nos encontró la hora más aciaga de nuestra historia, cuando en 1879 Chile nos declaró la guerra al Perú y Bolivia.

Acudimos entonces a enfrentar la sentencia del destino, desplegando primero una gloriosa campana marítima, que en sus mayores esfuerzos no pudo impedir la invasión del país del sur.

Siguieron las campañas terrestres, Pisagua, San Francisco y se llegó al fulgor de la victoria en Tarapacá, sin embargo llegó también el duro revés en el campo Alto de la Alianza, y el turno del holocausto de los defensores del sur, allí en Arica, donde quedaban Bolognesi y los suyos, dejados a su ventura y solo unidos en el morro los batallones del ejército, jefes y soldados, que ante la adversidad se amalgamaron para ser un coloso de fortaleza moral, de patriotismo e insignia del deber militar, para desdeñar el oprobioso pedido de rendición hasta caer henchidos de honor, cumpliendo sus soberbias palabras de respuesta: “pelearemos hasta quemar el último cartucho”. Con el sacrificio de los héroes de Arica quedó salvado el honor nacional como ofrenda máxima para las futuras generaciones de peruanos al no haber rendido la plaza, que era el anhelo del invasor y que hubiera sido el peor de los lastres de los pueblos dignos. Por ellos, tenemos hoy la entereza moral de mirar de frente al enemigo y toda adversidad.

Luego en la defensa de Lima tocó cumplir con su deber a los batallones de la reserva, y sobre todo a la civilidad armada de prisa; allí se ofreció en sacrificio la juventud de la patria y los restos de la fuerza armada; lucharon hijos, hermanos, padres y amigos, hasta caer juntos militares y civiles, ricos y pobres, en aquellas trincheras de San Juan y Miraflores donde a la hora de la batalla todas las almas son iguales. No obstante lo funesto de la guerra, el caos y la división política, aún quedaban hombres de armas como Cáceres y las fuerzas irregulares del pueblo, para luchar en las épicas jornadas de la resistencia de la Breña. Huamachuco quedó como el templo del sacrificio por el Perú, donde todos ofrendaron hasta el último aliento por el suelo vulnerado, prueba de ello es el oprobioso “repase” de los heridos, perpetuado por el invasor.

En la guerra con Chile, con lo poco disponible, lo dimos todo, mucho fue lo que se hizo, pero mucho más quedó por hacer. Los defensores del Perú ingresaron al altar universal de la gloria, cubiertos de plomo y desgarrados por el corvo, destrozados sus cuerpos y hecha añicos nuestra bandera, pero cubiertos de heroísmo y amor a la patria, sin arriar jamás el pendón bicolor ni entregar sus armas a la oprobiosa capitulación. Con ello, preservaron el honor y dignidad nacional; las desgracias quedaron expiadas en lo sublime del sacrificio. Ellos cumplieron con su deber militar, pero más aún, cumplieron con el deber moral de darle al Perú un haz de luz en medio de la penumbra en que enfrentamos la infausta guerra que nos impuso el enemigo.

En el siglo XX, con la implementación de profundas reformas militares se impulsan la profesionalización, modernización y equipamiento de las unidades militares del ejército. De los antiguos centros de formación de cadetes militares del siglo anterior, se instituye desde 1896 la Escuela Militar de Aplicación, actual Escuela Militar de Chorrillos, de donde egresan los nuevos cuadros de mandos castrenses.

Producto de estas reformas son las victorias militares como la del combate de La Pedrera en 1911, donde las tropas del ejército parten desde Chiclayo para recorrer más de 2,000 km. atravesando costa, sierra y selva; por tierra, trochas y ríos, hasta llegar a Iquitos; navegar por el río Amazonas, seguir al río Caquetá y llegar a La Pedrera, zona peruana ocupada por una guarnición militar colombiana; combatir allí durante tres días, desembarcar bajo fuego enemigo y vencer a las fuerzas colombianas, desalojándolas y cumpliendo la misión asignada en el ámbito de la guerra. Toda una hazaña militar de la época.

Además, resultaron ejemplares las movilizaciones nacionales del año 1910 ante las tensiones surgidas en la frontera con Ecuador y con Bolivia; así como la movilización ante el conflicto con Colombia de 1933. En ellas el Ejército recibió y entrenó a los peruanos de todas las clases sociales, quienes acudieron al llamado de alerta y vistieron el uniforme de la patria.

Luego, en 1941 las armas peruanas se ciñen los laureles de la victoria al recuperar territorios ocupados por Ecuador, donde brilla la operación militar conjunta. La ofensiva de las fuerzas terrestres del Ejército alcanzó la victoria en Zarumilla, penetrando hasta Puerto Bolívar, utilizando por primera vez las operaciones aerotransportadas en el continente.

En décadas recientes, la falta de demarcación de sectores de la frontera con el Ecuador, derivaron en dos conflictos internacionales. El primero, en 1981, en la Cordillera del Cóndor, donde las infiltraciones ecuatorianas fueron resueltamente rechazadas mediante operaciones helitransportadas. El segundo en 1995, en el Cenepa, producto de nuevas infiltraciones ecuatorianas, allí, con enormes esfuerzos de tropas del Ejército con apoyo de aviación, se logró expulsarlos de las zonas invadidas; más aún, se debe considerar que las fuerzas armadas estaban empeñadas en otro frente de operaciones contra el terrorismo de la época, y tuvieron que afrontar operaciones de guerra convencional focalizada. Con ello, en 1998, las negociaciones llevaron al cierre definitivo de la frontera norte del Perú.

El escenario de la lucha contra el terrorismo librada a partir de 1983 representó una intensa participación de la fuerza armada en defensa de la democracia y derecho al desarrollo pacífico de los pueblos, donde los hombres del Ejército dejaron el máximo sacrificio, sudor y sangre de sus componentes, hasta llegar a la ansiada pacificación nacional. En esa coyuntura sobresale nítidamente la operación militar Chavín de Huantar, cuyo exitoso rescate de rehenes la ubican como una de las mejores operaciones del mundo, orgullo del Ejército y las Fuerzas Armadas del Perú.

Es menester afirmar que el Ejército también es actor del desarrollo del país, desde los albores de la república, en el establecimiento puentes, caminos, ciudades, y en la colonización de la selva peruana; además, trabajos de miles de kilómetros de vías, de infraestructura aeroportuaria y sus unidades militares de asentamiento rural en los vértices de frontera, son muestras de ello, hasta la actualidad. Ello demuestra que el Ejército también lleva implícito su rol de contribución al progreso, manteniéndose en el tiempo como el brazo fuerte del estado y mano amiga de la población.

En el presente siglo XXI, la fuerza armada sigue siendo decidido actor en los destinos peruanos, donde el Ejército continúa afrontando la lucha contra el narcoterrorismo en el VRAEM y su función de resguardo de la soberanía nacional; asimismo, el Ejército contribuye con contingentes de operaciones de paz en el marco de las Naciones Unidas, entre estos, la Compañía de Ingeniería “Perú”, en el África; también, el Ejército materializa la presencia peruana en la Antártida con la mantención de la Estación Peruana “Machu Picchu”. Además, el Ejército desarrolla tareas adicionales en nuevos frentes, como su presto apoyo para acudir ante desastres naturales y recientemente su valiosa participación ante la grave situación sanitaria nacional producto de la pandemia del Covid 19. Con estos roles, el Ejército reafirma su desempeño eminentemente profesional ante los retos nacionales, en beneficio de la nación y a favor de los intereses del Perú.

Como corolario en tan magna ocasión motiva presentar las siguientes reflexiones finales:

El ejército se nutre de su evolución histórica, demostrando que constituye un verdadero crisol de su pueblo, que recibe la heredad de los guerreros de sus culturas milenarias hasta llegar al soldado que a través de los tiempos está presente en todos los avatares de la patria. Queda así, registrado a través de la historia: “que el pueblo es el ejército y el ejército es el pueblo”.

El ejército es depositario de la continentalidad de la causa de la independencia, tiene el privilegio de unir las armas peruanas, colombianas, argentinas y chilenas por la libertad de América, con lo cual forja una doctrina militar propia sustentada en el gran valor del soldado oriundo, de insuperable resistencia en la acción regular y astucia en las guerrillas, afirmando el empleo de los andes como escenario principal de combate.

El ejército ha cumplido su deber en las horas prósperas y en las más aciagas de su vida republicana en defensa de su soberanía, dejando un legado imperecedero de honor y sacrificio, con tenaz resistencia y sin claudicar jamás ante la adversidad.

El ejército se ha consolidado como una institución profesional que garantiza la integridad territorial y participa en las tareas del desarrollo nacional, brindando a la sociedad las condiciones de seguridad necesarias para su prosperidad y bienestar general.

En tal razón, resulta imperativo expresar el justo reconocimiento a todos los hombres y mujeres del Ejército del Perú, aquellos que se encuentran apostados en las unidades militares desplegadas en costa, sierra y selva, a quienes resguardan las fronteras, a los que afrontan su deber actuando decididamente contra el flagelo del narcoterrorismo y a quienes hoy apoyan en la salud nacional, cumpliendo con entereza la misión asignada.

Finalmente, hago votos para que las nuevas generaciones castrenses, los soldados peruanos, constituyan los custodios de los pensamientos y sentimientos de nuestros héroes, y se forjen continuadores de sus hazañas, las que deberán llevar a cabo enseñando el valor sin jactancia y el triunfo sin trofeos, sin dejar espacios para la maledicencia, ni la facción partidaria, y donde el hombre de uniforme nunca deberá buscar el aplauso ni mendigará la lisonja, pues le bastará el cumplimiento sobrio del deber que no tiene precio; pero sobre todo, deberá buscar ocupar un sitial ilustre en la gloria, donde se hallan los vencedores de Junín y Ayacucho, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, Leoncio Prado, Andrés Avelino Cáceres y tantos otros, que entregaron sus vidas en los campos de batalla, aun cuando la victoria era esquiva.

Que las gestas de los libertadores y defensores de la patria, continúen guiando los pasos de los hombres de armas del Ejército del Perú, para seguir dando los mejores esfuerzos por el progreso y destino de grandeza de nuestra amada nación.

¡HONOR Y GLORIA AL SOLDADO DE TODOS LOS TIEMPOS!

¡LOOR A LOS VENCEDORES DE AYACUCHO!

Gral. Brig. EP Juan Urbano Revilla
Miembro de Número del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú

 

Lima, 9 de Diciembre del 2020

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